domingo, 11 de agosto de 2013

Análisis


Esta novela es de literatura estadounidense. Tuvo una gran repercusión en la época (1968) ya que su hilo argumental es muy entretenido y gusta a todo tipo de lector.
Se desarrolla en un ambiente bastante realista, que comienza desde la inocencia de 4 hermanas hasta su plena juventud en un pueblo de Massachusetts, plasma los factores de la época, que se caracterizan por la amplia división de los géneros y las tareas delimitadas por su sexo.
La historia tiene de trasfondo la guerra americana de secesión durante los años 1861 a 1865 donde su padre participa, los cuatro principales personajes de la obra son Meg, Jo, Amy, Beth, unas muchachas alegres de carácter bondadoso, también interviene en el relato Laurie, un muchacho alegre y travieso.
Relata las experiencias de crecimiento que cada una van teniendo y nos muestra qué tan poderoso puede ser el amor de una familia cuando todo es sincero y no es modificada la inocencia de los niños por los mayores.
Desde el primer capitulo se describe este amor familiar, donde a pesar de las fuertes circunstancias (guerra) y de que forma le hacen frente con toda alegría y energía cuando la madre, el sustento de la familia se encarga de generar en las niñas un espíritu de esfuerzo equitativo.
Meg es la mayor de las cuatro hermanas, su carácter algo introvertido pero responsable le hace tomar las riendas de la casa junto a su madre en la ausencia de su padre durante la guerra, se convierte en una segunda madre para sus hermanas.
Jo es la más autónoma, creativa y emprendedora, destaca el amor que tiene por la cultura y la redacción, hecho que no era cotidiano en aquella época.
En la historia una de las hermanas enferma de escarlatina, Amy, una joven amorosa, bondadosa y de carácter reservado con una ternura especial ya que se convierte en la confidente de todas las hermanas, su muerte es titulada en el libro como "Un ángel regresa al cielo”.
Beth es de todas la más risueña y al ser la menor de las hermanas tiene un carácter caprichoso y la que menos se ha dado cuenta de la situación que atravesaron le gusta el lujo y es por ello que le gustaba complacer a su tía March.
Se puede mencionar que hace referencia a la educación y buenos modales, así como la retribución de los buenos actos en el capitulo VI” Beth descubre el hermoso palacio” al retomar la simplificación de los hechos para que se entienda lo manifestado:
Beth se entera que en la casa de sus vecinos hay un piano de cola, su curiosidad aflora por verlo, pero debido a su timidez no se atreve a ir, su madre le platica al señor Laurence la fascinación de su hija por el piano, él dice que ella puede ir a tocar el piano cuando quiera, así le recordará a la nieta que perdió un tiempo atrás, cuando la pequeña se entera del ofrecimiento va casi todos los días a tocar el piano tras esto Beth le hace unas zapatillas al señor Laurence en agradecimiento por dejarla tocar el piano y él le manda un piano de gabinete en recuerdo a su nieta.

Amy pasó por la peor humillación cuando el profesor Davis le dio unos palmazos delante de sus compañeras, él les había prohibido llevar limas a la clase porque le desagradaba mucho el olor, cuando su madre se enteró dijo que no iría más a la escuela, que el profesor no tenía derecho a reprenderla de esa forma, pero tampoco estaba de acuerdo con la desobediencia de Amy y merecía un castigo.
Bien es aquí donde se recalcan el valor del respeto, que manifiesta la educación por parte de la madre, el buen comportamiento y la reciprocidad entre los vecinos.
Después podemos citar otro gran argumento en el capitulo VII donde Amy quema un libro con cuentos redactados por Jo, ya que su hermana le había negado la salida al teatro, su hermana al enterarse le niega el perdón incontables veces, después cuando sale con Laurence, Amy emprende camino con tal de que su hermana le perdonase y cae a un pozo de agua.
En ese momento Jo sintió que su hermana se moría y corrió a rescatarla para después llevarla a su casa, al verla dormida se dio cuenta de que el rencor no es bueno porque no te permite disfrutar de las personas que amas y podrías perderlas en un instante.
En el capitulo XIV “Secretos” Jo sale de su casa discretamente, se dirigía al periódico, el director revisara algunos de sus cuentos si le gustaban los publicaría, Jo no espero encontrarse con Laurie, le contó su secreto haciéndole prometer que no se lo diría a nadie.
Unos días después regreso por la respuesta, sintiéndose muy contenta cuando el director le dijo que sí publicaría sus cuentos, pero que no le pagaría, a Jo no le importo eso y corrió a su casa para contarles la noticia, sabía que todas se podrían tan contentas como ella.
Cada que avanza la lectura se ve mas unificada la familia y la relación con los vecinos en distintas formas una de las mas notables se hace en el capitulo XVIII “DÍAS SOMBRÍOS”, donde la madre salió de viaje y Beth se enferma repentinamente, pero no hacen caso.
Conforme pasan los días ella empeora, es allí donde llaman a doctor y deciden mandarle un telegrama a su madre, sin

saber que la familia de Laurence ya le había informado de la situación a su madre, quien llega para cuidar a su hija después de un retardo por el mal tiempo.
Aquí observamos el interés humanista de las personas por los demás y no solo por ellos, sin importar las consecuencias y las circunstancias, lo primordial es que sus seres queridos estén cerca y se encuentren bien.
Amy estaba a disgusto en la casa de la tía March, Esther, la sirvienta de la tía, al darse cuenta de su tristeza y de lo exigente que era su tía con ella, buscaba la manera de que Amy tuviese una estancia lo menos difícil posible, se le ocurrió enseñarle las joyas que guardaba su tía y que algún día serían para ella y sus hermanas como ya lo había dispuesto en su testamento, afirmaba Esther.
Se le ocurrió entonces hacer su testamento dejando sus tesoros a su familia y utilizando a Esther y Laurie como testigos, éste iba a visitarla frecuentemente para que no se sintiera sola.

En conclusión se organizan narrativamente sus propuestas acerca de la realidad a través de las esferas de lo cotidiano y del quehacer político que están relacionas en el ámbito social, además de homogeneizar las percepciones de hechos con respecto a determinados valores y
contravalores.
Podemos rescatar de la lectura ideas principales implícitas como lo son el sufrimiento de algunas familias por la pobreza, contrastada con la riqueza de pocos, la solidaridad que presentan estas familias y la importancia de los valores como autoestima, dignidad, paz y confianza en los seres humanos, además del coraje para enfrentar la vida.
Aquí la atención mostrada gira en tomo a las mujeres, por lo que el papel secundario lo ocuparían los hombres, destacando que el padre tiene en todo momento protagonismo aún estando en la guerra, por la continua rememoración que se hace de él.
Además se determinar la superación subordinación teórica o práctica de la mujer por el varón. Sólo desde la mutua cooperación por amor, es posible edificar una teoría de las relaciones conyugales fundamentada en la libertad del o de la que ama como se menciona el amor que Lauren siente hacia Jo.
Los roles materno y paterno son indispensables y no quedan agotados por el nuevo reparto de tareas ante la atribución culturalmente de genero, sino también en la afirmación de que el hijo necesita acompañarse tanto de la frecuencia masculina como de la femenina, porque los valores de la mujer no pueden ser solo domésticos y familiares.

Argumento de la Obra

Tema:
El tema mayoritario de la obra es el amor. Observamos un gran amor entre Beth, Amy, Jo y Meg, pero también con amigos como Laurie y con su madre y padre. Todo el argumento se mueve con este tema que abarca cosas positivas como el cariño y la unión pero algunas negativas como los celos o la venganza.


Argumento:
Meg, Jo, Beth y Amy eran cuatro hermanas que vivían sólo con su madre ya que su padre se había ido a la guerra. Meg tenía 16 años, Jo tenía 15, Beth tenía 13 y Amy era la más pequeña.
Era víspera de navidad y ninguna tenía regalo; se la mentaban por ser pobres y por tener que donar sus ganancias a la guerra.

Todas estaban hartas de lo que hacían día a día. Meg porque tenía que cuidar y enseñar a niños, Jo porque tenia que hacerle compañía a una anciana que todo el día le estaba fastidiando, Beth tenia que arreglar y hacer las labores de la casa y Amy porque todos los días tenía que ir a la escuela. En ese momento Jo comenzó a silbar y Amy la callo diciéndole que eso era cosa de hombres y que detestaba a las chicas que hacían eso y comenzaron a pelearse, pero Meg las callo diciéndole a Jo que ya era mayor como para comportarse como un chico, pero esta no le hizo mucho caso y continuó.
Después de esa pequeña discusión estuvieron hablando un rato y decidieron que todas emplearían su dinero en algo para su madre como regalo de navidad. Fueron todas juntas a comprarlo y se los dejaron en la mesa para que los viera cuando llegara.
Fueron a dormir y a la mañana siguiente, cuando despertaron encontraron un libro cada una debajo de sus almohadas que leyeron con calma para luego bajar y enseñarle a su madre sus regalos, que ella apreció mucho.
Días después llego una invitación para ir a una fiesta a la que asistirían Meg y Jo, aunque Amy también quería ir, así que se arreglaron y quedaron perfectas para ir.
En el baile a Meg todos la invitaban a bailar y Jo se quedaba sentada por un problema que tuvo con reservados. Amy muy enfadada juró que se vengaría de ella, pero Jo no le creyó. Cuando regresaron Jo no encontraba el libro de cuentos que había empezado a escribir desde que su padre se fue y preguntó a Meg y a Beth pero ninguna lo había visto así que supuso que Amy lo tendría, y fue a preguntarle y esta le dijo que no pero Jo sabía que ella era la única que podía tenerlo. Finalmente Amy confesó que lo había quemado y Jo prometió que nunca le perdonaría.
Después de unos días y de algunos sucesos en los que se vieron involucradas ambas, hicieron las paces arrepintiéndose las dos por lo que habían dicho y hecho.
Llegó la primavera y las cuatro formaron un club donde realizaban diferentes actividades: actuaban, leían, escribían….. Un día Jo les propuso que entrara Laurie pero ni Meg mi Amy lo aceptaban ya que era un chico pero Beth las hizo cambiar de opinión.
Pasado un tiempo a Laurie lo habían invitado a un campamento y el invito a sus amigas y ellas aceptaron ir, se divirtieron mucho y Laurie confeso que le gustaba Jo y uno de sus amigos, Ned, confeso que a el le gustaba Meg.
Llego el verano y un día Laurie les siguió mientras ellas paseaban. Al final le descubrieron y estuvo con ellas todo el día, comenzaron a hablar de lo que querían llegar a hacer y Jo contó que ella quería llegar a ser una gran escritora, Meg quería vivir en una casa muy grande y tener mucho dinero como para comprarse lo que se antojara, Beth quería quedarse en casa y cuidar de sus padres, Amy quería ser pintora y Laurie solo quería divertirse pero tendría que cuidar de su tío hasta que lo necesitara.
Días después llego un telegrama avisando la madre de las hermanas que su esposo estaba grave y que debía ir a cuidarlo, así que tuvo que marcharse de manera muy apresurada. Sus hijas le escribían una carta a diario contándole lo sucedido.
Beth iba todos los días con una familia que era pobre para ayudarlos. El niño de esa familia estaba muy enfermo. Cuando llego se subió rápido y Jo fue a verla y Beth le contó que el niño tenia escarlatina y se había muerto en sus brazos, y Jo llamo a Hanna, su nana, quien le se dio cuenta de que también Beth tenía escarlatina así que mandaron a Amy con su tía ya que ella no había pasado la escarlatina y a Laurie a por un doctor, Jo se quedó con Beth.
Pasaron los días y Beth empeoro, así que llamaron a su madre pero cuando llegó Beth ya se estaba recuperando.
El señor March, regreso de la guerra y observo que sus hijas ya no eran como antes, Jo ya era mas afeminada, Meg ya no era tan vanidosa, Beth ya no era tan tímida y estaba sana y Amy ya no era tan egoísta. Estaba feliz de estar en casa. 
Todos estaban tan felices al poder estar todos reunidos como antes y con nuevos amigos. Pero Meg era la más feliz ya que iba a casarse con un amigo de la familia que cuidó mucho a su padre durante la guerra.

Personajes

Margarita ó Meg: 
Era la mayor de las cuatro chicas, tenía dieciséis años; era muy bonita, regordeta y rubia. Tenía los ojos grandes, abundante pelo castaño, boca delicada y unas manos blancas. Tenía un carácter muy pacífico y intentaba que siempre reinara la paz entre sus hermanas ya que sentía que era su responsabilidad al ser la mayor.

Josefina ó Jo:
 

Tenía catorce años, era muy alta, esbelta y morena. Tenía la boca bien marcada, la nariz respingada y ojos grises muy penetrantes. Su única belleza era su cabello, hermoso y largo, pero generalmente lo llevaba recogido para que no le molestara; hombros cargados, las manos y los pies grandes. De personalidad fuerte y un poco masculinizada pues en ausencia de su padre quería ser el hombre de la familia

Elizabeth ó Beth:  
Tenía unos trece años; su cara era rosada, el pelo liso y los ojos claros; había cierta timidez en su apariencia y en su voz. Su padre la llamaba “Pequeña Tranquilidad”, y el nombre era muy adecuado porque parecía vivir en un mundo feliz, su propio reino, del cual no salía sino para encontrar a los pocos a quienes amaba y respetaba.

Amy:

 Era la más joven pero una persona importantísima, al menos en su propia opinión. Tenía la piel blanca como la nieve, ojos azules, el pelo color de oro formando bucles sobre la espalda, pálida y delicada, siempre se comportaba como una señorita cuidadosa de sus maneras.

Sra. March: 


Madre de las protagonistas, de aspecto distinguido, expresión amable y seductora.  Mujer de edad avanzada que se preocupa mucho por sus hijas y por todos aquellos a quien quiere y le rodean.

Sr. March: 

Padre de las jóvenes. Aparece al final de la obra mostrándose orgulloso de sus hijas que para cuando el vuelve de la guerra ya son todas unas mujercitas.

Tía March: 

Tía del señor March, de muy mal carácter y demasiado superficial.

Teodore Laurie: 

Vecino de las March, joven muy guapo con mucho dinero, pero demasiado solitario hasta que conoce a sus vecinas. Muy aventurero y divertido que acompaña a las hermanas en todas sus actividades.

Hanna:
 

Es la nana de la familia y la que apoya a la Señora March en todo

Sr. Laurence: 
 

Aunque con un aspecto serio y un poco gruñón cuando siente cariño por alguien (como la familia March) se muestra muy atento y agradecido por todo.

Esther: sirvienta de la tía March.


Sra. Gardiner: Vecina de la familia.


Fam. Moffat: Amigos de la familia March.


Fam. Hummel: Madre e hijos de escasos recursos.

sábado, 10 de agosto de 2013

Mi Opinión Sobre el Libro



Mujercitas es la historia de cuatro hermanas que en poco tiempo experimentan una serie de cambios en sus vidas que les ayudara a crecer. Al principio de la historia estas cuatro chicas llamadas Margaret, Josephine, Beth y Amy son bastante niñas y sin el concepto de responsabilidad demasiado claro. A pesar de que las dos mayores trabajen y la mediana se ocupe de la casa deben enfrentarse a muchas adversidades ya que su padre debe marcharse a la guerra. Conforme va pasando la historia las chicas se van dando cuenta de lo difícil que es la vida y a la presión social a cual están sometidas. Gracias a mucha gente honrada que les ayuda en los malos momentos las chicas pueden seguir adelante con sus pesares. Para estas chicas los valores eran algo muy importante en sus vidas por lo tanto a pesar de sus males siempre intentaban ayudar a todo aquel que se cruzara por su camino. A la vez que siempre que se sentían marginadas por la sociedad por el hecho de ser pobres tenían la necesidad de cubrir ese vacío con cosas que no podían comprar, pero cuando ocurría esto la madre de las chicas les contaba una historia con moraleja la cual era que debían ser felices mientras la familia estuviera unida y no les faltara de que comer.

En el transcurso de la historia aprenden a valorar mucho más las cosas y a no ser tan vanidosas y egoístas. Pero aun crecen más cuando su padre enferma y su madre debe ir a hacerse cargo de el. En ese periodo de tiempo deben apañárselas ellas prácticamente ellas solas, gracias a las experiencias que les había dado la vida pudieron llevar mejor esa carga pero todo se complica más aun cuando Beth, la hemana mediana, cae enferma de escarlatina y al no estar su madre se desmoronan y creen perder a su hermana para siempre pero se ven muy arropadas por su vecino que siempre les ayudaba. Cuando parecía que ya era su hora el médico les dijo que lo peor había pasado y que se recuperaría. Al enterarse su madre de la enfermedad de Beth acude en cuanto le es posible, aquello supuso para las hermanas un apoyo y un desahogo muy importante ya que habían estado a cargo de su hermana enferma y de la casa. Pasaron unos días y la hermana se recuperó. El día de navidad el padre de las chicas vuelve a casa también recuperado y todos comen juntos sin recordar tiempos mejores ,sino contentándose con los presentes que tenían y la madurez que habían adquirido, ya que empezaron siendo niñas y acabaron convertidas en mujercitas.

Puntos más importantes sobre la guerra Civil de Estados Unidos

1.-Todos los esclavos de la Confederación fueron liberados mediante la Proclamación de Emancipación, la cual estipuló que los esclavos de todos los estados que se habían escindido de la Unión serían libres desde ese momento.

2.-Abarcó una serie de rápidos y complejos cambios de las políticas federales y estatales.

3.-La esclavitud acabó en los Estados unidos en la primavera de 1865 cuando los ejércitos confederados se rindieron.

4.-Se desarrolló y se modernizó la industria militar.

5.-Se crearon tácticas de guerra modernas que resultaron muy útiles a los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial.

6.-Se le otorgó más poder al gobierno federal.

7.-Se crearon las tres "enmiendas de la Guerra Civil" en la Constitución: la Decimotercera Enmienda, mediante la cual se prohibía la esclavitud; la Decimocuarta Enmienda, que extendía las protecciones legales federales a todos los ciudadanos independientemente de su raza; y la Decimoquinta Enmienda, que abolió las restricciones raciales para votar.



Datos Importantes: Guerra Civil Estadounidense o Guerra de Secesión

La Guerra Civil Estadounidense o Guerra de Secesión fue un conflicto significativo en la historia de los Estados Unidos de América, que tuvo lugar entre los años 1861 y 1865.

Se produce un enfrentamiento entre el norte (que pedía un mayor proteccionismo comercial, la liberación de los esclavos y concebía la República como un contrato ineludible) y los Estados Confederados de América (que defendían su independencia, el liberalismo económico y la posesión de esclavos).

CAUSAS Y ANTECEDENTES
· Económicas:
El sur no podía concebir una agricultura sin esclavos, y se veía incapaz de seguir llevando a cabo el mismo sistema económico del país prescindiendo de la mano de obra que no era remunerada y que tenía como única misión el trabajo. Además a esto se le sumaba que las peticiones de proteccionismo del norte les hacían tener que comprar productos industriales a un mayor precio que los europeos. Por el contrario estas medidas beneficiaban en gran medida al norte que tenía una economía más industrial, ya que no necesitaba esclavos para trabajar y veía satisfecha la necesidad de venta al suministrar sus productos al sur.

· Políticas:
En 1860 Abraham Lincoln, con los votos de los estados del oeste y del norte y el rechazo de los del sur, ganó las elecciones. Aplicó un programa proteccionista y partidario de abolir la esclavitud en las nuevas tierras del oeste. Pero los once estados del sur decidieron separarse de la Unión y formar la Confederación en 1881. Surgen entonces los dos bandos que llevarán a cabo la guerra. Por un lado los nordistas o federales (más conocidos como yanquis)que creían en la unidad indivisible de la República, y por otro los sudistas o confederados que defendían que era un contrato libre que podían abolir en cualquier momento.

· Sociales:
El norte hace propaganda abolicionista o antiesclavistas contra los estados del sur reivindicando los derechos de los esclavos y haciendo ver la inmoralidad de la posesión de personas como si fueran simples objetos.

DESARROLLO DE LA GUERRA
Lincoln pretendía la abolición, pero en realidad no tenía un plan organizado para llevar a cabo esto y por tanto deja en manos de cada estado el problema de la esclavitud, aunque en 1862 son liberados todos los esclavos La guerra se inicia en 1861 y dura más de cuatro años, porque ni unos ni otros estaban bien preparados. Esto sumado a la escasez de buenos jefes militares y a la creencia generalizada por ambas partes de una guerra de corta duración.

En los primeros dos años de la guerra los nordistas sufren varias derrotas y el general mas destacado es Lee un sudista. Pero esto no dura mucho, los federales empiezan a ganar terreno poco a poco debido a su superioridad, poseía una mayor cantidad de medios y una flota naval. Un hecho destacado de la guerra fue el bloqueo del puerto sudista por parte de los del norte, ya que impedía el comercio del algodón, uno de los mayores pilares gracias al cual se sostenía su economía. A partir de este momento la victoria del norte se hacía cada vez más evidente, tras este hecho se suceden la conquista de Nueva Orleáns y el general Grant (norte) logra la victoria de Getisburg. En definitiva, en 1864, el sur se va hundiendo y en 1865 el general Lee se ve obligado a rendirse ante la aplastante derrota en una guerra que se había prolongado mucho más de lo debido.

CONSECUENCIAS
- Graves pérdidas en ambas partes: se registraron aproximadamente 600.000 muertos y la guerra costó unos 8.000 millones de dólares.
- Los EEUU se convierten en potencia económica industrial.
- Disminuye la importancia de las exportaciones agrícolas del sur, al verificarse la accesión de Egipto y la India al mercado internacional del Algodón.
- Auge de la industria, que acelera la explotación de recursos naturales; gran desarrollo de las manufacturas.
- Hay un gran Incremento demográfico urbano así como de la demanda de mano de obra.
- En el Sur, tras la derrota de la aristocracia colonial, se libera oficialmente a los esclavos, al tiempo que se revolucionan las técnicas agrícolas. Surge una nueva clase media de propietarios.
- El problema del americano negro trasciende hasta convertirse en una cuestión racial, social y política; aún hoy sigue sin revolverse.
- Los negros obtienen en 1868 los derechos civiles y en 1870 el derecho de voto. Sin embargo, las restricciones al derecho de voto y la segregación mantienen a los negros como clase social relegada.
- Bajo el mandato del Presidente GRANT (1869-1877) quien considera la administración como un asilo de veteranos de guerra; los EEUU vive su más oscuro período de corrupción. Los agentes y funcionarios del Norte, conocidos como Carpetbaggers, apoyados por el Ejército ejercen la dictadura sobre los ex-rebeldes del Sur. Todo esto se manifiesta en el reparto de prebendas federales, motines de negros y la dilapidación de la Hacienda pública






Libro: Capitulo 7_ AMY PASA POR EL VALLE DE LA HUMILLACION

Se designó a Beth jefa de la casilla, porque como era la que estaba más en la casa podía  atenderla  regularmente.  ¡Cómo le gustaba la diaria tarea de abrir la puertita y repartir la correspondencia! Un día de julio, entró con las manos llenas y fue por toda la casa dejando cartas y encomiendas.
—Tu ramillete, mamá. Laurie nunca lo olvida. Señorita Meg, una carta y un guante —continuó entregando las cosas a su hermana, que cosía junto a su madre.
—¡Pero yo me dejé los dos allá, y aquí hay uno solo! ¿No se te habrá caído en el jardín?
—No, estoy segura. Había uno solo.
—¡Me fastidia quedarme con un guante sin pareja! Bueno, ya aparecerá el otro.  Mi carta no es más que una traducción de la canción alemana que me gustaba; supongo que la hizo el señor Brooke, porque no es la letra de Laurie.
La señora March echó una mirada a Meg, preciosa en su vestido mañanero, con sus ricillos sobre la frente y tan mujercita, sentada ante su mesa de costura; ajena al pensamiento que la escena despertó en su madre, cantaba y cosía con dedos ágiles, tan pura e inocente como las flores que adornaban su cintura. La señora March sonrió.
—Dos cartas para la doctora Jo, un libro y un sombrero viejo muy cómico, que cubría toda la casilla —añadió Beth, riendo, al entrar en el escritorio donde Jo escribía.
—Le comenté a Laurie que me gustaría que estuvieran de moda los sombreros grandes, porque me quemaba la cara en los días de mucho sol, y me dijo: "¡Qué te importa la moda! Si te resulta cómodo, úsalo".  Le dije que no lo usaba porque no tenía, y ahora me manda éste para ver si soy capaz de llevarlo. ¡Me lo voy a poner para divertirme y para demostrarle que me importa un rábano la moda! —y poniendo el aludo sombrero sobre un busto de Platón, Jo se dispuso a leer sus cartas.
Una era de su madre, en la que le decía que no se le escapaban sus nobles intentos de mejorar y la alentaba a persistir en esa sincera resolución.
Jo mojó esa carta con algunas lágrimas de felicidad, porque había supuesto que nadie advertía ni apreciaba sus esfuerzos, y estas palabras de aliento eran doblemente preciosas para ella, por inesperadas y por provenir de la persona cuyos elogios valían más. La otra carta era de Laurie; las invitaba a un paseo al campo al día siguiente, con un grupo de amigos ingleses que estaban de paso. "Haremos campamento en Longmeadow, vamos a almorzar, jugar al croquet y a disfrutar como gitanos. Son gente simpática. Quiero que venga Beth. Brooke irá también". Así terminaba el mensaje.
Jo corrió a dar la noticia, entusiasmada. Meg le preguntó si sabía algo de los Vaugham, los amigos ingleses de Laurie.
—Sólo sé que son cuatro.  Kate, que es mayor que tú; Fred y Frank, que son mellizos, tienen más o menos mi edad, y una chiquita, Grace, de nueve o diez años. Laurie los conoció cuando estaba en el extranjero y se hizo amigo de los muchachos. Beth, ¿vendrás, verdad?
—Quiero darle el gusto a Laurie. Al señor Brooke no le temo, es tan amable. Pero yo no quiero jugar,  ni cantar,  ni  decir  nada. Y si tú me cuidas, Jo, iré.
—Sí, querida. Veo que tratas de vencer tu timidez, y te quiero más por eso.  Vencer nuestros defectos no es fácil, y una palabra de aliento ayuda mucho.  Gracias, mamá —concluyó Jo, besándola en la mejilla.
—A mí me llegó una caja de bombones y el cuadrito que quería copiar —dijo Amy.
—Y yo recibí una notita del señor Laurence pidiéndome que vaya esta tarde a tocar el piano para él —comentó Beth.
Cuando a la mañana siguiente, el sol penetró en el cuarto de las chicas, prometiéndoles un hermoso día, pudo contemplar un gracioso espectáculo. Cada una había hecho los preparativos que estimó necesarios. Meg tenía una doble fila de rizos sobre la frente, Jo lucía copiosas capas  de crema sobre su castigado cutis, Beth dormía con "Joanna" para compensar la próxima separación, y Amy se había prendido un broche de la ropa en la nariz para corregir tan ofensivo rasgo. Despertaron entre risas y rayos de sol, dos buenos presagios para una excursión placentera. Beth fue la primera en estar lista, y desde la ventana comenzó a informar a sus hermanas:
—El señor Laurence mira al cielo y a la veleta. . .  ¡Cómo me gustaría que él fuera! Allí está Laurie; parece un marino. . .  ¡Oh, Dios! Ahí llega un coche lleno de gente: una señorita alta, una niñita y dos muchachos pavorosos. . . Uno es inválido, pobre, lleva muletas.  Laurie no nos había contado eso. ¡Apúrense, se hace tarde!
—¡Ah, Jo, no vas a llevar ese horrible sombrero!  ¡Es absurdo! —exclamó Meg.
—¡Claro que lo voy a llevar! Es amplio, liviano y cómodo.  Y será divertido.
Con esto, Jo salió muy erguida y las otras la siguieron;  todas con  sus lindos vestidos de verano y los rostros radiantes de dicha.
Laurie corrió a recibirlas y las presentó a sus amigos de la manera más cordial.  Meg admiró la sencillez con que vestía la señorita Kate, pese a sus veinte años; y se sintió muy  halagada ante la afirmación del joven Ned de que había venido especialmente para verla. Jo comprendió por qué Laurie endurecía el gesto al hablar de Kate, porque esta muchacha tenía un aire de "no se me acerquen" que contrastaba con la cordialidad de maneras de las chicas. Beth observó a los dos muchachos nuevos y decidió que el inválido no era tan "pavoroso", sino gentil y débil, por lo que se mostró muy amable con él; Amy encontró que Grace era una personita alegre y bien educada, y después de contemplarse en silencio una a otra durante unos minutos, se hicieron de pronto grandes amigas.  Como la carpa, el almuerzo y los elementos del croquet habían sido enviados de antemano, pronto estuvo embarcada toda la partida y los dos botes salieron juntos.
Cuando llegaron a Longmeadow, todo estaba dispuesto.
—¡Bienvenidos al campamento de Laurence! —gritó el joven anfitrión cuando desembarcaron entre exclamaciones de alegría—, Brooke será el comandante en jefe y yo el comisario general. La tienda de campaña es para uso exclusivo de las señoras. Ahora, juguemos un rato antes de que haga demasiado calor.
Frank, Beth, Amy y Grace se sentaron a mirar cómo jugaban los otros ocho. El señor Brooke eligió a Meg, Kate y Fred para su equipo; Laurie se quedó con Sallie, Jo y Ned. Jugaron largo rato, hasta que el señor Brooke exclamó, mirando su reloj:
—¡Hora de almorzar! Comisario general, ¿quiere usted preparar el fuego y traer el agua, mientras las señoritas Meg y Sallie ponen la mesa conmigo? ¿Quién sabe hacer buen café?
—¡Jo sabe! —dijo Meg, contenta de recomendar  a su hermanita.
Pronto estuvo todo listo. Fue aquél un almuerzo muy alegre, porque todos se mostraron divertidos e ingeniosos, y las frecuentes carcajadas espantaron a un venerable caballo que pastaba allí cerca.  Caían bellotas en la leche, las hormiguitas participaban del festín  sin  haber sido  invitadas  y  algunos gusanos caían desde los árboles para ver qué pasaba.  Cuando  terminaron  el  almuerzo, jugaron a pasatiempos de ingenio y la señorita Kate propuso el juego de los "Autores".
Uno de los participantes debía comenzar a relatar  una  historia  que  interrumpiría  en un punto culminante para que siguiera el cuento su vecino y así sucesivamente. Tendido sobre el pasto, a los pies de Kate y de Meg, el señor Brooke comenzó su historia, con los hermosos ojos castaños fijos en el río, espejeante de sol.
Terminado el juego, y mientras los demás se dispusieron a seguir con otros, los tres charlaron aparte. La señorita Kate se puso a dibujar y  Margaret a observar su trabajo, mientras el señor Brooke sostenía en sus manos un libro que no leía.
—¡Qué hermosamente dibuja! Me gustaría poder hacerlo —dijo Meg.
—¿Por qué no aprende? Me parece que tiene usted talento para ello —replicó amablemente la señorita Kate—. Mi madre quería que yo me dedicara a otras cosas, pero yo le demostré que tenía capacidad. ¿Por qué no hace usted lo mismo con su institutriz?
—No tengo.
—Es verdad; olvidé que en América las niñas van al colegio. ¿Usted va a algún instituto privado?
—No. Yo misma soy una institutriz.
—¡No me diga! —replicó la señorita Kale, con el tono con que hubiera dicho "¡que horrible!", y algo en su expresión hizo subir el color al rostro de Meg.
Las jóvenes americanas —intervino rápidamente el señor Brooke, levantando los ojos— aman la independencia tanto como sus antepasados, y son admiradas y respetadas por saber bastarse a sí mismas.
—¡Oh, sí, claro! Es muy lindo y muy loable por parte de ellas el hacerlo —respondió la señorita Kate, con aire protector. Después, echó un vistazo al dibujo que tenía ante ella, cerró su carpeta de bocetos y añadió—: Voy a ver qué hace Grace.
Al decir esto se levantó, pensando mientras tanto que los yanquis eran unas criaturas extrañas y que posiblemente Laurie se estropearía entre ellos.
—Olvidé que los ingleses fruncen la nariz ante las institutrices y no las consideran como nosotros —dijo Meg.
—A los preceptores también los miran así. No hay lugar como América para nosotros los  trabajadores,  señorita  Meg —replicó  el señor Brooke, con un aire tan alegre y satisfecho, que Meg se sintió avergonzada de haberse lamentado de su suerte.
—Quisiera que me gustara la enseñanza tanto como a usted.
—Le gustaría si tuviera un alumno como Laurie.  Sentiré mucho tener que abandonarlo el año que viene —añadió el señor Brooke.
—¿Él va a ir a la universidad, supongo? —preguntaron los labios de Meg; pero sus ojos añadieron claramente:  "¿Y usted?"
—Sí, ya es tiempo de que lo haga, y está preparado. Tan pronto como él se vaya me incorporaré al ejército.
—Creo que todos deberían hacerlo, pero es  muy duro para  las madres y hermanas que quedan en el hogar.
—Yo no tengo a nadie; apenas algunos amigos —dijo el señor Brooke con ligera amargura, mientras enterraba distraídamente una rosa marchita.
—Laurie y su abuelo lo quieren mucho, y  todas nosotras sentiríamos enormemente que algo le sucediera —replicó Meg de todo corazón.
—Gracias. Eso me reconforta... —comenzó a decir el señor Brooke, otra vez de buen ánimo, cuando irrumpió en escena Ned, que montado a caballo quería lucir su habilidad ecuestre ante las jóvenes, y ya no hubo otro momento de tranquilidad en el día.
Al caer la tarde se recogió la tienda, juntaron los canastos y el alegre grupo embarcó de regreso, cantando a toda voz mientras navegaban río abajo. Ned se puso sentimental y entonó una serenata romántica, contemplando a Meg de una manera tan lánguida que ella se largo a reír sin miramientos, echando a perder la canción. Se separaron todos  cambiando cordiales saludos y deseos, porque los Vaugham partían para el Canadá.
Mientras las cuatro hermanas atravesaban el jardín de regreso a casa, la señorita Kate las contempló y dijo, abandonando su tono conmiserativo:
—A, pesar de sus maneras tan llanas, las jóvenes americanas son muy agradables cuando se las conoce bien.

—Completamente de acuerdo —concluyó el señor Brooke.


Libro: Capitulo 6_BETH DESCUBRE EL PALACIO HERMOSO

Un día de abril Meg preparaba la valija en su habitación, rodeada de sus hermanas.
—¡Qué gentil de parte de Annie Moffat el no haber olvidado su promesa! —dijo Jo—, que parecía un molino de viento extendiendo y doblando polleras con sus largos brazos—. ¡Quince días de diversión van a ser espléndidos!
—Me gustaría que todas pudieran venir; pero ya que no es así, haré acopio de todas mis aventuras para contarles cuando vuelva. Es lo menos que puedo hacer, ya que todas han sido tan buenas, prestándome cosas y ayudándome a prepararme —respondió Meg.
—¿Qué te dio mamá de su cofre? —preguntó Amy que no había estado presente cuando se abrió cierta caja de cedro donde la señora March guardaba algunas pocas reliquias del pasado esplendor para entregar a sus hijas a su debido tiempo.
—Un par de medias de seda, aquel precioso abanico tallado y un lazo azul divino. Me hubiera gustado hacerme el vestido de seda violeta, pero no hubo tiempo. Me contentaré con mi viejo traje de tul.
—¡Ojalá no hubiera estropeado mi brazalete de coral para que pudieras llevarlo! —se lamentó Jo, que adoraba prestar sus cosas, pero cuyos bienes solían estar demasiado maltrechos para servir a nadie.
—Mamá tenía en su caja un aderezo de perlas maravilloso; pero dice que el mejor adorno para una joven son las flores y Laurie ha prometido enviarme todas las que yo quiera —replicó Meg.
El día siguiente amaneció hermoso, y Meg partió hacia una quincena de novedades y diversiones. La señora March había consentido de no muy buen grado, temiendo que Margaret volviera más disconforme que antes. Pero ella se lo había pedido tan fervientemente, Sallie había prometido cuidarla y un poco de diversión parecía tan delicioso después de un invierno de tanto trabajo, que la madre cedió y la hija partió para probar, por vez primera, el sabor de la vida de buen tono.
Los Moffat eran gente de "buen tono", y la sencilla Meg se sintió un poco atemorizada al principio por el esplendor de la casa y la elegancia de sus ocupantes. Pero eran muy cariñosos, a pesar de la frívola vida que llevaban, y pronto su huésped se sintió cómoda.
Quizá Meg advirtiera, sin entender bien por qué, que no eran gente particularmente culta o inteligente, y que el barniz dorado que los cubría no podía ocultar por entero el ordinario material de que estaban hechos; pero era agradable vivir en medio del lujo y no hacer otra cosa que divertirse. Eso le cuadraba perfectamente y muy pronto comenzó a imitar sus modales y maneras, injertando palabras francesas y hablando de modas tan bien como pudo.
Las hermanas mayores de Annie eran dos señoritas muy finas y elegantes, y una de ellas, Belle, estaba comprometida, lo que para Meg resultaba muy romántico. El señor Moffat era un señor grueso, de carácter alegre, que conocía a su padre, y la señora Moffat, también gruesa y alegre, simpatizó muchísimo con Meg. Todos la mimaban y "Daisy", como la llamaban, iba en camino de perder la cabeza.
Cuando llegó el día de la primera reunión, le pareció que su vestido de poplin no serviría, porque las otras chicas iban a ponerse ropas más livianas y elegantes; y allí salió a relucir su traje de tul, más gastado y usado que nunca comparado con la crujiente seda del vestido de Sallie. Meg advirtió que las jóvenes se miraban entre ellas y sintió que se le encendían las mejillas. No hicieron ningún comentario, pero en seguida se ofrecieron a peinarla y a colocarle el lazo y a llenarla de elogios, y en aquellas muestras Meg vio sólo compasión por su pobreza. Su sentimiento de amargura llegaba al máximo cuando entró la mucama con una caja de flores.
—Para la señorita March, según dijo el hombre que las trajo. Y dejó esta notita, también —añadió la muchacha.
—¡Ah! ¡Qué divertido! ¿Quién las manda. ¡No sabíamos que había un festejante! —exclamaron las chicas.
—La nota es de mamá y las flores de Laurie —dijo sencillamente Meg, contenta de que no la hubieran olvidado.
Esa noche se divirtió mucho, bailó cuanto quiso y recibió varios cumplidos; Annie la hizo cantar y la elogiaron mucho; el capitán Lincoln preguntó quién era "la encantadora niña de ojos tan bonitos". Lo pasaba muy bien hasta que en un momento, mientras esperaba en el jardín de invierno que un joven le trajera un helado, oyó una conversación entre la señora Moffat y una amiga:
—¡Sería una gran cosa para cualquiera de esas chicas!  Sallie dice que se han hecho muy amigos ahora, y que el viejo está chocho con ellas.
—Hummm. . . La señora March tiene sus planes, sin duda, y jugará bien sus cartas aunque parezca muy pronto. La niña no parece pensarlo siquiera.
—¡Pobrecita! ¡Es tan linda y no tiene casi qué ponerse! —añadió la otra voz—. ¿Te parece que se ofenderá si le prestamos un vestido para la fiesta del jueves?
—Es orgullosa, pero no creo que se moleste porque el que lleva ya está muy pasado. Veremos. Voy a invitar a ese Laurie, como un cumplido hacia ella, y nos vamos a divertir.
Meg se esforzó por aparentar alegría durante el resto de la fiesta, pero sólo se sintió bien cuando todo terminó y quedó sola en la cama, donde podía pensar en lo sucedido mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.  Su  inocente amistad  con  Laurie  había sido manchada por esas tontas charlas; la fe en su madre, conmovida en parte por las intenciones que le atribuía la señora Moffat, y su sensata resolución de conformarse con el sencillo guardarropas se debilitaba ante la compasión vana de unas niñas que consideraban un traje viejo como la peor calamidad.
Al día siguiente se mostraron más gentiles que nunca, y Belle dijo de pronto:
—Daisy, querida, he enviado una invitación a tu amigo, el señor Laurence, para el jueves. Queremos conocerlo y lo invitamos.
—Muy amable, pero temo que no venga —respondió Meg, a quien en ese momento se le ocurrió la idea traviesa de burlarse de sus amigas—. Es muy mayor.
—Pero, ¿cuántos años tiene? —gritó Clara.
—Cerca de setenta, creo —aclaró Meg, ocultando un brillo burlón en sus ojos.
—¡Qué criatura tan ingenua! Nos referimos al señor joven —rió Belle.
—No hay ninguno; Laurie es un chico —rió a su vez Meg ante la mirada de extrañeza que cambiaron las hermanas cuando ella describió así a su supuesto novio.
—¡Qué gentil fue al enviarte flores!
—Sí. Lo hace a menudo. Tiene muchas en su casa. Mamá y el señor Laurence son amigos, y es natural que nosotros juguemos juntos.
Cuando el día de la fiesta le ofrecieron un vestido prestado, Meg confesó que no le importaba en absoluto volver a usar su viejo vestido de tul. Pero las muchachas insistieron con mucho cariño y Belle dijo que quería verla lucir en todo su esplendor. Meg no pudo rechazar un ofrecimiento tan amable y deseando en el fondo ver hasta dónde podía llegar ese esplendor, olvidó su malestar hacia los Moffat. Cuando Meg bajó arrastrando la pesada falda de su vestido, sintió que por fin había llegado su hora, porque el espejo le había dicho claramente que "estaba en todo su esplendor".
—Es Daisy March —decía la señora Moffat, respondiendo a las preguntas—. Su padre es coronel en el ejército.  Una de nuestras mejores familias, pero venida a menos; íntimos amigos de los Laurence. Mi Ned está loco por ella.
Meg jugaba con su abanico y reía con las tonterías de un joven que pretendía ser ingenioso, cuando de pronto cesó su risa y pareció confusa: frente a ella estaba Laurie. La contemplaba con franco asombro y reprobación, según pensó ella, porque aunque la saludó sonriendo, algo en su limpia mirada la hizo ruborizar. Para completar su confusión, vio a Belle haciendo señas a Annie a tiempo que las dos miraban a Laurie, quien parecía desusadamente tímido y aniñado.
—Jo quiso que viniera para que le contara cómo estabas.
—¿Qué le vas a decir? —preguntó Meg, llena de curiosidad por conocer su opinión, y sin embargo, sintiéndose incómoda con él por primera vez.
—Le diré que no te conocí; se te ve tan agrandada y tan poco parecida a ti misma, que casi te tengo miedo —respondió él.
—¿No te gusto así? —interrogó Meg.
—No —fue la descortés respuesta.
—Eres el muchacho más grosero que haya conocido.
Y muy enfadada, le volvió la espalda y fue a acodarse en una ventana apartada para refrescar sus mejillas. Desde allí oyó al capitán Lincoln decir a su madre: "Es una tontería lo que han hecho con esta niña; yo quería que la vieras, pero la han estropeado por completo; esta noche parece una muñeca".
Se volvió y vio a Laurie acercarse a ella. Con su más gentil inclinación le tendió la mano.
—Perdona mi grosería, te lo ruego, y baila conmigo. 
Salieron a bailar juntos, con su gracia acostumbrada porque solían hacerlo en el hogar y se complementaban muy bien.
—Laurie, ¿me vas a hacer un favor? —pidió Meg al terminar, mientras él la abanicaba—. ¿Sí? No cuentes nada en casa del vestido que llevo esta noche. Quisiera, contarlo yo misma, y explicarle a mama. cuán tonta he sido. Prefiero decírselo yo, para que no se preocupe.
Laurie no volvió a hablar con ella hasta la hora de la cena, cuando la vio bebiendo champagne con Ned y su amigo Fisher, que se conducían como "un par de idiotas", según Laurie. En un momento dado se acercó a ella y le pidió que no siguiera bebiendo.
—Esta noche no soy Meg, soy una "muñeca" que hace toda suerte de locuras —respondió con una risita afectada—. Mañana seré otra vez desesperadamente buena.
El sábado regresó a su casa, rendida con su quincena de diversión.
 —El hogar es un hermoso lugar, aunque no sea lujoso —dijo, mirando a su alrededor con expresión serena mientras conversaba con su madre, y Jo la noche del domingo.
—Me alegro de oírtelo decir, querida, porque temí que tu casa te pareciera opaca y pobre después de tu elegante alojamiento —replicó la madre que la había observado, con ansiedad, muchas veces en ese día; porque los ojos de las madres son rápidos para advertir cualquier cambio en el rostro de los hijos.
Meg, había contado una vez y otra cuánto se había divertido; pero algo parecía pesar sobre su espíritu y cuando las más chicas se fueron a la cama, se quedó contemplando el fuego pensativamente.
—Mamá, quiero confesarte algo —dijo por fin, decidida.
—Ya lo sé. ¿Qué es, querida?
—Te conté que insistieron en engalanarme, pero no te dije que me empolvaron y me pintaron y me ciñeron hasta dejarme hecha un maniquí. Yo sabía que todo eso son tonterías, pero me decían que estaba muy bonita y yo las dejé hacer.  Después bebí champagne, coqueteé, hice un montón de cosas abominables y oí a un señor decir que estaba convertida en una "muñeca" —contó Meg.
—Hay algo más, sin duda —y la señora March acarició la suave mejilla ruborizada.
—Sí —añadió Meg, lentamente—, es muy tonto, pero debo decírtelo porque me molesta que la gente diga ciertas cosas de nosotras y Laurie.
Entonces relató las conversaciones que había escuchado en casa de los Moffat y a medida que hablaba. Jo advertía que su madre apretaba los labios, disgustada al pensar que tales ideas hubieran sido insinuadas a la inocente imaginación de Meg.
—¡Suponer que tenemos "planes"! —exclamó Jo—. ¡Y que somos amigas de Laurie porque es rico y puede casarse con alguna de nosotras! ¡Los alaridos que va a dar cuando le cuente esas idioteces!
—iNo te perdonaré nunca si cuentas eso a Laurie! No debe hacerlo, ¿verdad, mamá? —preguntó Meg, angustiada.
—No; no repitas nunca esos vanos chismes. Olvídalos —dijo gravemente la señora March—. Me apena mucho más de lo que pueda decirte, Meg, el haberte dejado ir con gente a la que conozco muy poco, por el daño que esta visita haya de hacerte.
—No te aflijas, mamá, no me dañará. Olvidaré lo malo y recordaré sólo lo bueno. Me divertí mucho y te lo agradezco.
Permanecieron todavía un rato juntas. Meg pensativa, mientras Jo, con las manos a la espalda, parecía interesada y perpleja al mismo tiempo. Era algo nuevo esto de ver a Meg ruborizarse y hablar de cortejantes y admiradores. Jo sentía como si durante esos quince días su hermana hubiera crecido asombrosamente, alejándose de ella para internarse en un mundo adonde no podía seguirla.
—¿Mamá, tú tienes "planes", como dice la señora Moffat? —preguntó tímidamente Meg.
—Yo quiero que mis hijas crezcan hermosas y buenas; que sean admiradas, queridas y respetadas; que tengan una juventud feliz; que se casen bien y dichosamente. Ser amadas y elegidas por un hombre bueno es lo mejor que puede sucederle a una mujer, y yo espero que mis niñas lleguen a conocer esa maravillosa experiencia.  Mis queridas, yo "soy" ambiciosa para ustedes, pero no porque desee que se casen con hombres ricos simplemente porque lo sean. El dinero es necesario —y cuando se lo utiliza acertadamente, también es noble—, pero no quiero jamás que piensen que es lo más importante, o lo único por lo que hay que luchar. Prefiero verlas casadas con hombres pobres, pero que sean felices y amadas, antes que reinas sin paz ni dignidad. Y, sobre todo, les pido que no olviden nunca que mamá está siempre dispuesta ser la confidente en cualquier caso y que papá es el mejor amigo y consejero; y que los dos confiamos y esperamos que nuestras hijas, casadas o solteras, sean el orgullo y la alegría de nuestra vida.

—:¡Así será, mamá! —exclamaron ambas, de todo corazón.

Libro: Capitulo 5_ COMO BUENOS VECINOS



Un día Amy fue castigada en la escuela.
—Se quedará usted de pie en el estrado hasta el recreo  —resolvió el señor Davis después de darle en la mano con la palmeta.
El castigo no había sido muy duro, pero eso no importaba. Por primera vez en su vida había sido castigada físicamente, y el dolor fue tan profundo como si la hubiesen desmayado a golpes. Durante sus doce años había sido gobernada únicamente por el amor y jamás la había rozado un golpe de tal naturaleza.
El relato de Amy provocó indignación en el hogar, y ese día no volvió a la escuela.
Poco antes del término de las clases, apareció Jo, con altanera expresión, y se acercó al escritorio del maestro donde entregó una carta de su madre; después recogió las cosas de Amy y se alejó, no sin antes limpiarse cuidadosamente sus botitas en la alfombrilla de la puerta, como si hasta del polvo de aquel lugar hubiera querido desprenderse. La señora March decidió que Amy continuara sus clases en casa, hasta el regreso de su padre.
Amy, ya más tranquila, hizo un comentario inoportuno y su madre la interrumpió:
—Desobedeciste las reglas y merecías algún castigo —dijo con cierta severidad.
—¿Quieres decir que te alegra que me hayan castigado ante toda la escuela? —gritó.
—Yo no hubiera elegido ese castigo —replicó su madre—, pero no estoy segura de que no te resulte más beneficioso que otro más suave. Tienes una cierta propensión a caer en la vanidad y a darte importancia, hijita, y ya es hora de que te corrijas.
Más tarde vino Laurie y jugó al ajedrez con Jo, cantó con las chicas y se mostró particularmente animado; rara vez, en casa de los March, mostraba el lado taciturno de su carácter. Cuando se retiró, Amy, que había estado pensativa toda la tarde, dijo:
—¿Laurie es un muchacho perfecto?
—Sí; posee una educación excelente y tiene mucho talento —replicó la madre.
—Y él no está envanecido, ¿verdad?
—En lo más mínimo; por eso es tan encantador y todas lo queremos tanto.
—Ya veo; es lindo tener buenas cualidades y ser elegante, pero no alardear ni contonearse por eso. . . —añadió Amy, pensativa.
—Del mismo modo que no te pondrías encima, de una vez, todos tus sombreros y tus capas y tus cintas, para que la gente sepa que las tienes —dijo Jo.
Y el sermón terminó entre risas.
—¿Adonde van, chicas? —preguntó Amy una tarde de sábado, al hallarlas preparándose para salir.
—No te importa; las niñitas no deben preguntar —contestó vivamente Jo.
Si algo mortifica los sentimientos cuando se es muy joven, es que nos digan eso; y si se nos ordena un "¡vamos, vete ya!", peor aún. Amy se mordió ante este insulto y se propuso descubrir el secreto, aunque para ello tuviera que importunar durante una hora.
Intentó por el lado de Meg, más asequible, y una palabra le dio la pista; usó sus ojos, y la vio poner un abanico en su bolso.
—¡Ya sé! ¡Ya sé! Van al teatro con Laurie a ver "Siete castillos" —gritó, y añadió resuelta¾: Yo iré también,  porque mamá dijo que podía ir. Tengo dinero, y fue muy egoísta de parte de ustedes no avisarme con tiempo.
 —Escucha, Amy, y sé buena —dijo Meg, conciliadora—. La semana que viene irás con Beth y Hannah, y lo vas a pasar muy bien.
—Eso no me gusta tanto como ir con ustedes. Sí, Meg, me portaré bien. . .  —rogó Amy, con el aire más patético que pudo.
—¿Y si la llevamos? No creo que mamá se oponga, si se lo explicamos de un modo razonable...  —comentó Meg.
—Si ella va, yo no voy; y si yo no voy, Laurie no querrá ir tampoco. Sería una grosería, cuando  es él quien  nos ha  invitado  a nosotras, llevar a la rastra a Amy. Supongo que a ella no le gustará meterse donde nadie la llama —dijo Jo, muy enojada.
Su tono y sus maneras molestaron a Amy, que empezó a calzarse diciendo que puesto que Meg la autorizaba, ella iría. Jo protestó a gritos, aduciendo que ellas tenían asientos reservados y que no harían más que provocar molestias a su amigo.
Sentada en el suelo, con un zapato puesto, Amy había comenzado a llorar y Meg a tratar de convencerla, cuando Laurie llamó desde abajo y las dos jóvenes corrieron a su encuentro dejando a su hermanita en pleno llanto; porque de vez en cuando olvidaba sus modales de señorita y se conducía como una chiquilina malcriada. Se asomó por la escalera y gritó:
—¡Te arrepentirás de esto. Jo March!
Cuando las dos niñas mayores regresaron, encontraron a Amy leyendo en la salita. Había asumido un aire de persona ofendida y no levantó los ojos del libro ni hizo una sola pregunta. Quizá la curiosidad hubiera vencido al resentimiento, de no haber estado allí Beth para preguntar y recibir a su vez una brillante descripción de la obra.
Al subir a guardar su sombrero, la primera mirada de Jo fue para la cómoda, porque después de la última pelea, Amy se había consolado tirando al suelo el contenido íntegro del primer cajón. Sin embargo, esta vez todo estaba en su lugar; y Jo entendió que Amy había perdonado y olvidado sus ofensas.
Se equivocaba. Al día siguiente hizo un descubrimiento que provocó una tempestad.
Meg, Beth y Amy estaban sentadas juntas esa tarde, cuando Jo irrumpió en la sala:
—¿Alguien tomó la historia que estoy escribiendo?
Meg y Beth dijeron que no al momento, y parecieron sorprendidas; Amy removió el fuego y no dijo nada. Jo la vio enrojecer y se lanzó sobre ella.
—Amy, ¿tú?
—No, yo no.
—¡Eso es una mentira! —gritó Jo, sacudiéndola por los hombros—. Tú sabes algo.
—Puedes gritar todo lo que quieras, porque nunca volverás a ver ese estúpido cuento. Lo quemé.
—¡Qué! ¿Mi libro, en el que trabajé tanto y que quería tener terminado antes de que volviera papá? Lo has quemado, ¿de veras? —exclamó Jo, poniéndose muy pálida.
—Sí, ¡lo hice! Ya te dije que me pagarías el haber sido tan odiosa conmigo ayer.
No pudo seguir, porque el temperamento ardiente de Jo la dominó, y sacudió a Amy hasta hacerle chocar los dientes, mientras gritaba en una crisis de dolor y de furia. Meg corrió en socorro de Amy y Beth a tranquilizar a Jo; pero estaba enteramente fuera de sí, y dándole un moquete final, corrió escaleras arriba, a tirarse en el sofá de la buhardilla donde concluyó su lucha a solas. No se trataba más que de unos seis cuentos de hadas, pero Jo había trabajado pacientemente en ellos, poniendo el corazón íntegro en su tarea, y esperando que fueran suficientemente buenos como para hacerlos imprimir. La hoguera de Amy había consumido el trabajo de varios años. Beth lloraba como si se le hubiera muerto un gato y Meg se negó a defender a su pequeña favorita;  cuando la señora March supo el caso, se mostró muy seria y afligida, y Amy sintió que nadie la querría hasta que pidiera perdón por el acto que ella lamentaba ahora más que nadie. Cuando llamaron para el té, reapareció Jo, con un aspecto tan torvo e inaccesible, que Amy necesitó de todo su valor para decir humildemente:
—Te lo ruego, Jo, perdóname; lo siento mucho, mucho.
—Jamás te perdonaré —fue la respuesta de Jo; y de allí en adelante, ignoró por completo la presencia de Amy.
Ésta se sintió tan ofendida de que sus intentos de pacificación hubieran sido rechazados, que lamentó haberse humillado y empezó a sentirse más mortificada que nunca y convencida de sus virtudes en un grado realmente exasperante.
Al día siguiente, la mañana se presentó muy fría. Jo tiró a la zanja el exquisito bollo caliente que le preparara  Hannah;  la  tía March estuvo más molesta que nunca; Meg se mostró pensativa; Beth parecía afligida y ansiosa; y Amy no hizo más que referirse a la  gente  que  siempre  está  hablando de  la bondad y que sin embargo no la practica cuando otras personas les dan el ejemplo.
—Voy a buscar a Laurie para patinar —se dijo Jo esa tarde, saliendo de la casa—. Es tan bueno y tan alegre que me volverá a mis cabales, estoy segura.
Amy oyó el ruido de los patines y se asomó a mirar.
—¡Aja! Me prometió llevarme cuando volviera a patinar, porque ya son los últimos hielos. Pero es inútil pedir a esa gruñona que me lleve.
—No digas eso; estuviste muy mala con ella y le es muy difícil perdonar la pérdida de sus preciosos cuentos; sin embargo, creo que si encuentras el momento y la forma oportuna, lo hará —dijo Meg.
No estaban muy lejos del río, pero los dos estuvieron listos mucho antes de que Amy pudiera alcanzarlos. Al verla venir,  Jo se volvió de espaldas;  Laurie no la vio porque estaba estudiando cuidadosamente las condiciones del hielo.
—Mantente cerca de la orilla —dijo a Jo—. El centro no es muy seguro.
Amy no lo oyó. Jo miró por encima del hombro, y el pequeño demonio que ahora alentaba en ella murmuró a su oído: "No importa que haya oído o no; que se las arregle". Laurie había desaparecido en una curva; Jo estaba a punto de dar la vuelta, y Amy, mucho más atrás, se lanzó hacia el hielo frágil en el centro del río. Durante un minuto, Jo permaneció rígida, con una extraña sensación en el alma. Algo la hizo volverse, justo a tiempo para ver a Amy levantar los brazos y hundirse, con un repentino crujido de hielos rotos y un grito que paralizó su corazón.
Intentó llamar a Laurie, pero no pudo emitir la voz; quiso correr, pero sus pies no le respondían. Y durante un segundo sólo pudo permanecer quieta, con el terror pintado en el rostro, mirando la caperuza azul que sobresalía de las aguas. Algo pasó cómo una ráfaga junto a ella y oyó la voz de Laurie:
—¡Corre, rápido, trae una rama!
Cómo lo hizo, no lo supo nunca; pocos minutos después, trabajaba como enloquecida junto a Laurie que, tendido sobre el hielo, sostuvo a Amy con su brazo hasta que Jo trajo la rama y entre los dos sacaron a la niña, más asustada que lastimada. Temblando, mojada y llorosa, la llevaron rápidamente de regreso. Después de los primeros momentos de excitación, se quedó dormida, envuelta en mantas ante un buen fuego. Cuando la casa recobró la calma, la señora March, sentada junto al lecho, llamó a Jo y comenzó a acariciarle las manos lastimadas.
—¿Estás seguía de que está bien? —murmuró Jo, mirando con remordimiento la dorada cabeza sobre la almohada.
 —Sí, perfectamente, querida.  Ustedes lo hicieron todo muy bien.
—¡Laurie hizo todo! Mamá. . . si se muere, será culpa mía —y Jo se arrojó junto a la cama, en una crisis de lágrimas de arrepentimiento, contando todo cuanto había sucedido y culpándose por la dureza de su corazón—. ¡Oh, mamá! ¿Qué será de mí?
—Vela y reza, querida; no te canses nunca de intentarlo y jamás creas imposible vencer tus defectos —respondió la señora March, colocando sobre su hombro la desaliñada cabeza
y besando tiernamente la mejilla de Jo.
—No llores, mi pequeña; pero no olvides este día y resuelve, con todo tu corazón, que jamás volverás a vivir otro igual. Jo, querida, tú piensas que tienes el peor carácter del mundo, pero yo también he sido como tú.
—¡Tú, mamá! ¡Pero, si nunca se te ve enojada! —y por un momento Jo olvidó su remordimiento en medio de la sorpresa.
—A lo largo de cuarenta años, he ido tratando de modificarme y sólo he logrado controlarme. Me enojo casi todos los días de mi vida, Jo, pero he aprendido a no demostrarlo. Y todavía confío en aprender a no irritarme, aunque eso me lleve otros cuarenta años.
—¡Pobre mamá! ¿Dónde encontraste ayuda para vencerte?
 —En tu padre, Jo. Jamás pierde la paciencia, jamás duda ni se queja; siempre confía y trabaja y espera, tan animosamente, que una se siente avergonzada de proceder de otro modo. Él me ayudó y me enseñó a practicar todas las virtudes que yo quería para mis hijitas, porque yo debía ser su ejemplo.
—Y sin embargo, mamá, le insististe para que partiera, y no lloraste cuando se fue. Y jamás te quejas ahora ni parece que necesitaras ninguna ayuda.
—He dado todo cuanto tengo al país que tanto amo, y guardé todas mis lágrimas hasta que él se fue. ¿De qué podía quejarme, cuando los dos no hacíamos otra cosa que cumplir con nuestro deber? Y si parezco no necesitar ayuda, es porque tengo un Amigo todavía mejor que papá, para consolarme y sostenerme. Su amor es inimitable, no se aparta de ti y puede transformarse en fuente de larga paz y dicha para toda la vida. Debes creer esto profundamente, y acercarte a Dios con tus pequeños problemas y esperanzas, y pecados y penas, con tanta libertad y confianza como vienes a tu madre.
La única respuesta de Jo fue apretarse más a ella, y en el silencio que a continuación se produjo, su corazón elevó, sin palabras, la plegaria más sincera que jamás hubiera rezado; porque en esa hora, triste pero feliz, había conocido no sólo la amargura del remordimiento y la desesperación, sino también la dulzura de la abnegación y del dominio sobre sí misma. Como si la hubiera oído, Amy abrió los ojos y extendió los brazos con una sonrisa que dio de lleno en el corazón de Jo.

Ninguna dijo nada, pero se estrecharon una a otra pese a la valla de las mantas, y todo quedó olvidado y perdonado con un beso.



Libro: Capitulo 4_CARGAS

Cuando se comentó en la familia la visita de Jo a sus vecinos, Beth sugirió que ése sería un paso más en el camino de los peregrinos; quizá la casa del otro lado del cerco, llena de cosas hermosas, fuera el Palacio de la Belleza.
—Pero primero tendremos que pasar por los leones... —reflexionó Jo.
Y la casa grande fue realmente un Palacio de la Belleza, aun cuando pasó algún tiempo  antes de que todas lo conocieran, y a Beth le resultó muy difícil atravesar por los leones. El anciano señor Laurence fue el más bravo de todos; pero después que las visitó y dijo algunas cosas amables a cada una y conversó con la madre, nadie se sintió muy temerosa, salvo la tímida Beth.
¡Qué hermosos tiempos fueron aquéllos! Meg podía pasearse por el invernadero, embriagándose de flores; Jo hurgaba vorazmente en la biblioteca y crispaba al anciano caballero con sus críticas; Amy copiaba cuadros y gozaba plenamente de lo bello, y Laurie oficiaba de señor del castillo, de la manera más encantadora. Pero Beth, aunque suspirando por el gran piano, no podía reunir coraje para visitar "la mansión bendita", como Meg la llamaba. No hubo forma de persuadirla para que se sobrepusiera a su temor,
hasta que, de alguna misteriosa manera, el hecho llegó a oídos del señor Laurence y él se propuso darle solución. Durante una de sus breves visitas, llevó hábilmente la conversación al terreno de la música, y como si la idea se le ocurriera de pronto, añadió que Laurie descuidaba ahora mucho sus lecciones y el piano sufría por falta de uso; esperaba que alguna de las niñas quisiera ir de vez en cuando a practicar, "nada más que para mantenerlo afinado". Hizo ademán de levantarse para irse, pero continuó:
—Si no tienen interés, no importa.
Entonces una pequeña mano se deslizó en la suya; Beth lo miraba llena de gratitud y con su tímido modito, murmuró:
—¡Oh, sí, señor! Tengo mucho interés.
—¡Ah! ¿Tú eres la música de la familia?
—Yo soy Beth. Me gusta muchísimo la música. Iré, si usted está seguro de que nadie me oirá... y de que yo no molestaré.
—Ni un alma, mi querida; la casa está desierta la mitad del día, de manera que ven y toca todo lo que quieras, que yo te quedaré agradecido.
El viejo caballero acarició la cabecita e inclinándose, dijo en tono muy bajo:
—Yo tenía una niñita con los ojos así. Dios te bendiga, mi querida. Buenos días, señora.
Y se retiró con mucho apuro.
Al día siguiente, Beth, después de dos o tres intentos, entró por la puerta lateral de la casa vecina y se deslizó como un ratoncito hasta la sala, donde estaba su ídolo. Por casualidad, no cabe duda, había sobre el piano una pieza de música bonita y fácil, y con dedos temblorosos y frecuentes interrupciones para escuchar si alguien venía, Beth tocó al fin el hermoso instrumento. Después de esto, la pequeña se deslizó a través del cerco casi todos los días y en el gran salón flotó la presencia de aquel espíritu armonioso que iba y venía sigilosamente. Jamás supo que el viejo señor solía abrir la puerta de su escritorio para escucharla y nunca sospechó que los ejercicios y canciones que encontrara en el musiquero habían sido puestos allí en su especial homenaje. Pero estaba tan agradecida que un día dijo a su madre:
—Le voy a hacer al señor Laurence un par de chinelas. Es tan amable conmigo, que quiero agradecérselo de algún modo.
Tras serios cambios de opinión con Meg y Jo, se eligió el modelo. Beth trabajó mañana y tarde, y pronto estuvieron terminadas.
Luego escribió una notita y con ayuda de Laurie, una mañana, antes de que el anciano se levantara, dejó su regalo en el escritorio. Dos días después, cuando volvía de pasear a su inválida "Joanna", sus hermanas, asomadas a la ventana, exclamaron:
—¡Una carta del viejo amigo! ¡Ven pronto!''
Beth se apresuró a entrar; sus hermanas la tomaron del brazo y la llevaron a la salita en triunfal procesión, señalando algo y diciendo al mismo tiempo: "¡Mira, mira!". Beth miró y  se  puso pálida de alegría y de sorpresa, porque allí se alzaba un pequeño piano, con una notita sobre la tapa resplandeciente, dirigida a la "Señorita Elizabeth March”.
Estaba tan emocionada, que Jo tuvo que leer la carta: "Estimada señorita; he tenido muchos pares de chinelas en mi vida, pero nunca ninguno que me quedara tan bien como el suyo. Me agrada pagar mis deudas, de manera que espero que permita a un viejo caballero, enviarle algo que perteneció a la nietita que perdiera. Con mi profundo agradecimiento y los mejores deseos, la saluda su amigo James Laurence".
 —Vas a tener que ir a agradecérselo —bromeó Jo, porque esa idea realmente no pasó en ningún momento por su cabeza.
—Sí, iré; ahora mismo, antes de que me asuste sólo pensarlo —y ante el pasmado asombro de la familia en pleno, Beth atravesó el jardín y entró en la casa.
—¡Que me muera si no es lo más raro que haya visto nunca! El pianito la ha trastornado; jamás hubiera ido, en su sano juicio —exclamó Hannah, mirándola, mientras las hermanas permanecían mudas ante aquel milagro.
Mucho más se hubieran sorprendido de haber podido ver lo que Beth hizo después. Llamó a la puerta del despacho y cuando una voz áspera gritó "¡Adelante!", ella entró, se dirigió directamente hasta el señor Laurence que parecía completamente desconcertado, y extendiendo la mano dijo con un leve temblor en la voz:
—He venido a darle las gracias, señor, por... —pero no pudo terminar, porque él la miró con tanto cariño que olvidó su discurso; y recordando solamente que el anciano había perdido a su niñita amada, rodeó con ambos brazos su cuello, y lo besó espontáneamente.
Entonces el caballero la sentó en sus rodillas, puso su arrugada mejilla contra la suya tersa y rosada, y le pareció que había recuperado a su nieta. En ese momento, Beth cesó de temerle.
Cuando las hermanas conocieron los detalles, Jo se puso a bailar para expresar su satisfacción, Amy casi se cae de sorpresa por la ventana y Meg, levantando las manos, exclamÓ:

—¡Creo que el mundo se acaba!