En esa mañana de Navidad la primera en despertar fue Jo. No vio medias
colgadas, entonces recordó lo que había prometido su madre, metió la
mano debajo de la almohada y sacó un librito con tapas rojas. Al reconocerlo
sintió que para cualquier caminante era un buen guía. Con un "¡Felices
Pascuas!" despertó a Meg quien encontró un libro verde y unas palabras
de su madre. Los libros de Beth y Amy eran color gris perla y azul,
respectivamente. Luego se sentaron a contemplar sus regalos.
—¡Niñas —exclamó
Meg—, mamá quiere que comencemos a leer, amar
y acordarnos de estos libritos y debemos hacerlo de inmediato. Desde
que papá se fue a la guerra hemos dejado de hacer muchas cosas.
Luego abrió su Nuevo
Testamento, Jo se acercó a ella y leyó con una expresión muy tranquila.
—Amy, hagamos lo
mismo. Nos ayudaremos en lo que no podamos entender —dijo Beth,
conmovida por el gesto de su hermana.
—¿Dónde está mamá? —preguntó Meg, cuando bajó para agradecerle
el regalo.
—Vino un chico a
pedir limosna y ella saltó a verlo —exclamó Hanna que vivía más
como una amiga que como criada de la familia.
—Mamá llegará pronto,
así que arreglad y mirad que todo esté en orden —dijo Meg.
—¡Qué graciosos
son mis pañuelos —exclamó Beth con orgullo!
—¡Qué gracioso!
Ha puesto "mamá" en lugar de" M. March" —gritó
Jo.
—Pensé que era mejor
así porque las iniciales de Meg son las mismas y quiero que sólo las
use mamá —respondió Beth.
Amy entró algo temerosa
cuando vio a sus hermanas esperándola.
—¿Dónde estabas?
preguntó Meg.
—¡Me daba vergüenza
mi regalo! Cuando me levanté fui a cambiar el frasco de colonia por
otro más grande.
Un golpe en la puerta
hizo que el canasto de los regalos desapareciera debajo del sofá.
—¡Feliz Navidad,
hijas mías! —dijo, cuando las chicas le agradecieron
los libros—. Esto me alegra mucho, pero antes de
sentarnos quiero contarles que vino un chico a decirme que su madre
con un recién nacido y seis niños más sufren hambre y frió, ¿queréis
entregar vuestro desayuno como regalo de navidad?
Por un instante, nadie habló, luego Jo rompió el silencio.
—Me alegro de que
haya llegado antes de que hubiésemos empezado.
—Pensé que accederían
—dijo sonriendo satisfecha la señora March—. Pueden
ir conmigo. Luego desayunaremos
con pan y leche.
Al llegar vieron un cuarto
desmantelado, sin fuego, ventanas rotas, sábanas andrajosas, una guagua
que lloraba y unos niños tratando de calentarse debajo de un colchón
viejo, quienes sonrieron al ver a las muchachas. Hannah encendió fuego.
La señora March vestía a la guagua mientras las chicas disponían a los
niños cerca del fuego y les daban comida tratando de entenderles su
cómico inglés.
—¡Los angelitos! —decían los chicos en tanto comían.
Ellas encontraron muy
simpático este apelativo, en especial Jo a quien todas consideraban
como "un Sancho".
El desayuno fue muy alegre
y no había en la ciudad personas más felices que las niñas.
—Esto es amar a
nuestro prójimo y me agrada —expresó Meg, mientras su madre estaba
buscando ropa para los Hummel y ellas sacaban sus regalos.
—¡Viene mamá! ¡Toca,
Beth! ¡Abre la puerta, Amy!. Tres "vivas" a mamá! —gritó
Jo, mientras Meg conducía a su madre al lugar de honor.
La señora March conmovida
observaba sus regalos. Se calzó las zapatillas, empapó con colonia el
pañuelo nuevo, se colocó la rosa y dijo que los guantes le quedaban
muy bien.
Después de compartir
en familia hubo que dedicarse a preparar las actividades de la tarde.
No teniendo dinero para gastar en funciones caseras, recurrían a su
ingenio; guitarras de cartón y lámparas hechas de mantequeras viejas
eran algunas de sus producciones. El cuarto grande era el escenario
de muchas entretenciones. Jo realizaba sus papeles de hombre, pues no
permitían caballeros. En estas representaciones sacaba unas altas botas,
un florete antiguo y un chaleco acuchillado que eran sus tesoros más
importantes. Los dos actores principales estaban obligados a hacer varios
roles cada uno.
En la noche varias chicas se agruparon en el palco, que era la cama.
Las cortinas azules hacían de telón. Sonó una campana, se abrieron las
cortinas y empezó la tragedia.
"El bosque tenebroso" lo representaban arbustos en maceteros
y a la distancia una caverna que tenía algunos abrigos por paredes;
en su interior una bruja que se inclinaba sobre una olla negra; el público
se sorprendió con esta primera escena; luego entró Hugo, el villano,
con paso agigantado y entonó una canción sobre su odio a Rodrigo, su
amor a Zara y su decisión de matar a uno y obtener la mano de la otra.
Después de recibir los aplausos se dirigió a Hagar:
"Hola, bruja, te
necesito!"
Salió Meg, Hugo le pidió
una pócima para que Zara lo amase y otra para deshacerse de su rival.
Salió una pequeña figura con alas, cabello rubio y una corona de rosas,
dejando caer a los pies de la bruja un frasquito. Con una segunda canción
aparece un diablillo negro quien burlonamente lanza a la bruja un frasquito
oscuro.
Hugo agradece y se retira
colocando las pócimas en sus botas. Hagar explica que ella le había
echado una maldición porque él había dado muerte a unos amigos.
La escenografía era fantástica.
Una torre se elevaba al cielo, ardía una lámpara en la ventana y Zara
vestida de azul, espera a Rodrigo detrás de la cortina blanca. Llegó
éste bien vestido y al pie de la torre cantó una serenata que concluye
con la decisión de Zara de escaparse con él. Al saltar Zara olvidó la
cola de su vestido enganchándose en la ventana; tembló la torre y cayó
ruidosamente, dejando bajo las ruinas a los infortunados amantes. Don
Pedro se acercó para sacar a su hija y desterrar a Rodrigo, quien se
niega a irse.
En el tercer acto reaparece
Hagar, dispuesta a liberar a los amantes y matar a Hugo. Ve que éste
echa las pociones en vasos de vino y los envía a los presos con un criado.
En el momento que Femando, el criado, dice algo a Hugo, la bruja cambia
los vasos por unos sin veneno y el envenenado lo coloca en la mesa.
Después de una canción, Hugo lo bebe, tiene convulsiones, cae y muere.
En el cuart0 acto Rodrigo
entró angustiado, pues le habían dicho que Zara lo había abandonado.
En el instante de darse una puñalada escucha una canción que dice que
su amada está en peligro y si lo desea él puede salvarla. Loco de alegría
saca sus cadenas y corre a liberarla.
En el quinto acto don
Pedro quiere que su hija sea monja, después de algunas suplicas entra
Rodrigo solicitando su mano; el padre lo rechaza porque no es rico.
Rodrigo esta dispuesto a llevarse a Zara cuando entra el criado con
una bolsa y una carta de Hagar donde dice que les deja fabulosas riquezas
a los enamorados y a don Pedro un terrible destino, si no accede a su
felicidad.
Don Pedro, al ver las
monedas se ablanda y les da su aprobación la que reciben muy felices
los enamorados.
Estallan grandes aplausos.
La cama plegable, que servía de palco repentinamente se cerró dejando
apretados a los espectadores.
Una vez calmada la agitación,
Hannah les avisa que la señora March las espera.
Se asombraron cuando
vieron la mesa. Como en los tiempos de la abundancia allí habían mantecados,
pastelillos, frutas, dulces franceses, y en el centro cuatro ramos de
flores.
—¿Lo han hecho las
hadas? —preguntó Amy.
—Ha sido San Nicolás
—agregó Beth.
—Lo hizo mamá —
exclamó dulcemente Meg.
—La tía March ha enviado
la cena —repuso Jo con inesperada iluminación.
—El señor Laurence lo envió. También envió una carta expresando su
amistad y algunas cosas para mis niñas— dijo la señora March.
—Estoy segura de
que el muchacho ha dado la idea a su abuelo.
—Da la impresión que quisiera conocernos, pero es un tímido —dijo
Jo—. Mi madre cree que al señor Laurence no le agrada alternar
con los vecinos. Su nieto siempre está en casa o en compañía de su maestro.
—Parece un caballero,
él trajo las flores; le habría invitado si hubiera sabido lo que sucedería
arriba.
—¡Sería divertido que alguna vez tengamos una función donde
pueda tomar un papel!
—¡Qué bonito es!
—exclamó Meg mirando su ramillete con atención.
—Son hermosas, pero
son más tiernas las rosas que me regaló Beth.
—Me gustaría poder
enviar un ramo a papá. Temo que él no tenga una Navidad tan feliz —exclamó
Beth.
Pasada la Navidad, las
chicas esperaban ansiosas la fiesta de Año Nuevo.
—¡Jo! ¡Jo! ¿Dónde
estás?
—¡Aqui! —contestó
una voz desde lo alto.
En la buhardilla, su refugio preferido, Meg encontró a Jo llorando
con la lectura de "El heredero de Redelyffe". Al verla, Jo
se secó las lágrimas y se dispuso a escuchar.
—¡Mira, ¡Una invitación
de la señora Gardiner! —gritó Meg, moviendo la tarjeta que leyó
con mucha alegría.
"La señora Gardiner
tiene el agrado de invitar a las señoritas Meg y Jo a una fiesta la
noche de Año Nuevo".
—¿Qué nos vamos
a poner?
—Nos pondremos los
trajes de muselina, no tenemos otros —exclamó Jo, que comía manzanas.
—¡Si tuviera un
vestido de seda! —murmuró Meg—. El tuyo está como nuevo,
pero el mío tiene un rasgón y una quemadura muy visible. Tendré una
cinta azul, llevaré el alfiler de perlas de mamá, mis zapatos son bonitos
y los guantes pueden pasar.
—Los míos tienen
manchas de gaseosas, de manera que iré sin ellos —dijo Jo.
—Los guantes son
esenciales, no puedes bailar sin ellos y si no los llevas no iré a la
fiesta —exclamó decidida Meg.
—No me gustan los
bailes de sociedad, estaré sentada.
—Eres tan desordenada
que mamá no te comprará otro. ¿Puedes enmendarlos de alguna manera?
—Lo único que puedo hacer es tenerlos oprimidos
en las manos. ¡Ya sé! Nos ponemos un guante nuevo cada una y el malo
lo llevamos en la mano, ¿entiendes? Ahora, déjame terminar esta historia
y contesta la invitación.
La noche de Año Nuevo
las chicas ayudaban a sus hermanas mayores con los arreglos para el
baile. Meg quería hacerse rizos y Jo retorció con unas tenacillas los
rizos unidos con papeles.
—¡Hay olor a plumas
quemadas! —dijo Amy.
Al sacar Jo los papelitos
no aparecieron los rizos.
—¡Me has dañado
el pelo! ¡Mi pelo! ¡No podré ir! —gritó Meg.
—¡Qué mala suerte!
Lo lamento mucho, las tenacillas estaban muy calientes —murmuró
con lágrimas Jo.
—¡Era tan hermoso!
—dijo Beth.
Después con la ayuda
de la familia finalizaron sus arreglos. Meg de gris plateado, cinta
de terciopelo azul, prendedor de perlas, cuello de encajes y tacones
altos. Jo de color castaño; de adornos unos crisantemos blancos y unas
horquillas que afirmaban su pelo.
—¡Qué se diviertan
mucho! —exclamó la señora March—. Regresad a las once, cuando envíe a
Hannah.
—¿Llevan los pañuelos?
—Es uno de los gustos
aristocráticos de mamá —respondió Meg.
—Ahora, Jo, trata
que no se vea el paño de tu vestido.
—Avísame con un
guiño si me ves hacer algo mal —exclamó Jo.
—Da pasos cortos
y mantén los hombros derechos y si te presentan a alguien, no estires
la mano.
La señora Gardiner las
saludó cortésmente y las dejó con la mayor de sus seis hijas. Meg que
ya conocía a Sallie perdió luego la timidez, en cambio Jo se quedó apoyada
en la pared. Nadie habló con ella. Permaneció ahí para evitar que se
viese su falda, hasta que empezó el baile. Meg bailaba alegremente,
nadie pensaría que los zapatos la hacían sufrir. Jo temiendo que la
sacaran a bailar se escondió detrás de unas cortinas. Allí se encontró
de frente con Laurence.
—¡No sabía que había alguien! —exclamó Jo.
—No se preocupe, quédese si quiere —dijo el
chico riéndose—. Estoy aquí porque conozco a pocas personas.
—Creo que le he
visto antes.
—Vivo en la casa
próxima a la suya —respondió él alegremente.
—Hemos disfrutado
mucho el regalo.
—Lo envió mi abuelo.
—¿Cómo está su gato,
señorita March?
—Excelente, señor
Laurence, pero soy sencillamente Jo.
—Yo no soy el señor
Laurence, sino Laurie. Mi nombre es Teodoro pero no me gusta, por eso
prefiero que me digan Laurie.
—Yo también odio mi nombre, es demasiado romántico,
preferiría que me llamaran “Josefina".
—¿Le gusta bailar,
señorita Josefina?
—Mucho, siempre
que el espacio sea suficiente, aquí me expondría a incurrir en algún
error. ¿Usted, no baila?
—A veces. Llevo
poco tiempo acá y no sé cómo hacerlo, pues he estado varios años en
el extranjero.
—¡Hábleme de sus
viajes!.
Laurie le contó que había
estado en un colegió en Vevey, donde los muchachos no usaban sombreros,
tenían botes en el lago y en las vacaciones recorrían Suiza a pie junto
a sus profesores.
—Hable algo en francés,
lo entiendo pero no sé pronunciarlo.
—¿Quel nom a cette
jeune demoiselle en les pantufles jolies?
—Ha dicho: "¿Quién
es la señorita de los zapatos bonitos?", ¿verdad?
—Oui, Mademoiselle.
—Es Meg, mi hermana.
¿Le parece que es bonita?
—Sí, es bonita y
serena, baila como una dama.
Jo retuvo el elogio en
la memoria para decírselo a Meg.
Laurie perdió la timidez
y ella había olvidado el traje. Le gustaba Laurence, lo observó para
describírselo a sus hermanas. "Pelo negro, tez oscura, ojos negros
y grandes, dientes bonitos, nariz larga, alto, cortés y risueño".
No sabía la edad pero trató de averiguarlo.
—¿Irá pronto a la
universidad?
—En dos o tres años
más, cuando cumpla diecisiete.
—¿Sólo tiene quince
años? —preguntó Jo sorprendida.
—Dieciséis el mes
que viene.
—¿Por qué no baila?
—Si usted baila
conmigo — exclamó él.
—Prometí a Meg que
no bailaría, porque...
—¿Por qué? —interrogó
Laurie.
Después de hacerle prometer
que no diría nada, Jo le contó lo sucedido con su traje. Laurie no se
rió y la invitó a bailar a un pasillo vacío y ahí le enseñó el paso
alemán. Cuando acabó la música apareció Meg que se había torcido el
tobillo.
—Lo lamento, pero
tendrás que llamar un coche o permanecer aquí toda la noche. —Dijo
Jo.
—Descansaré hasta
que llegue Hanna. Tráeme un café, no puedo moverme.
Jo fue a buscar el café,
con tan mala suerte que lo volcó en su vestido.
—¿Puedo ayudarla?
—dijo Laurie que en ese momento llevaba un plato con golosinas
y una taza.
—Buscaba algo para
Meg, y he quedado una calamidad.
—¡Qué lástima! ¿Puedo
llevarle esto a su hermana?
—¡Muchas gracias!
Jo iba delante para indicarle dónde se encontraba su hermana. Laurie
estuvo muy amable con Meg quien lo calificó de "chico muy simpático".
Estaban con otros jóvenes
cuando llegó Hanna. La criada regañaba, Meg lloraba y Jo, angustiada,
decidió ir en busca de un criado para que le trajese un coche. Laurie
que había escuchado esto ofreció el coche de su abuelo, para dejarlas
en su casa. En principio Jo se resistió, pero luego aceptó y salió corriendo
a buscar a su hermana.
—Me he entretenido
mucho. ¿Y tú?
—Hasta que me torcí
el pie. Anna Moffat, una amiga de Sallie, me invitó a su casa en primavera.
—Te vi bailar con
el hombre rubio, parecía un saltamontes, con Laurie no podíamos retener
la risa.
—¿Qué hacíais ocultos?
Jo terminó de contar
lo que había pasado justo cuando llegaban a la casa. Después de agradecer
a Laurie por su amabilidad, subieron sigilosamente a sus dormitorios,
donde encontraron a sus hermanas ansiosas de conocer detalles del baile.
—Parezco una señora,
volviendo a casa en coche y sentándome con una doncella que me sirve
—exclamó Meg, en tanto Jo le cepillaba el pelo.
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